10 julio, 2008

Al hilo de la pena de muerte y el Catecismo de la Iglesia Católica. Un pretexto para divagar.

Buceando por Internet me he encontrado con el Catecismo de la Iglesia Católica. Atentos:

"468. ¿Para qué sirve una pena?
2266
Una pena impuesta por la autoridad pública, tiene como objetivo reparar el desorden introducido por la culpa, defender el orden público y la seguridad de las personas y contribuir a la corrección del culpable.
469. ¿Qué pena se puede imponer?
2267
La pena impuesta debe ser proporcionada a la gravedad del delito. Hoy, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido, los casos de absoluta necesidad de pena de muerte «suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos» (Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium vitae). Cuando los medios incruentos son suficientes, la autoridad debe limitarse a estos medios, porque corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común, son más conformes a la dignidad de la persona y no privan definitivamente al culpable de la posibilidad de rehabilitarse."
Increíble, pero cierto. Para la Iglesia Católica hay "casos de absoluta necesidad de la pena de muerte". Al final la Iglesia Católica ni es un referente de ética, ni de moralidad. Lo llegan a escribir y a sistematizar. Reniego de la pena de muerte, sea la persona a la que se le aplique culpable o inocente. Siempre, en cualquier circunstancia. Aunque ¿de qué me asombro? Son tantos los millones de asesinados en nombre de la cruz, la media luna, etc, que tampoco me tendría que sorprender. Es curioso cómo las creencias, sean del tipo que sean, son capaces de llevarse a una abstracción tal que se olvida que los hombres, los individuos concretos, son las primeras víctimas de esta deriva amoral, de la que la Iglesia es uno de sus componentes históricos más destacados. Una vanguardia a la hora de hacer el mal. También en nombre de las utopías se han construído monstruos que han exterminado a millones de personas en nombre del ateísmo, el capital, la democracia, el "comunismo" o el Estado. Los monstruos gemelos tienen un punto en común. Hacernos creer que nuestra vida depende de ellos, que no somos capaces de tomar la vida con nuestras propias manos. Nos imponen su poder, su manera de vivir, pensar y sentir. ¿Algún día seremos capaces de romper con este gregarismo que hemos permitido que nos impongan? ¿Seremos capaces de vivir en paz, con tranquilidad, sabiendo que en este mundo solo estamos nosotros y la naturaleza, que no nos hace falta adorar ninguna figura situada por fuera del ser humano y la naturaleza, o por encima de él? ¿Que nadie dispone de nuestras vidas, que somos libres y elegimos crecer con los demás, y no en su contra? Las respuestas están aquí y ahora, en nosotros mismos, en la especie humana. No en dios, ni en el Estado o la democracia. Porque podemos elegir cómo queremos ser y vivir.

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