03 mayo, 2009

Sobre Pérez Reverte.

He encontrado esta joya en La Fiera Literaria. Está escrito por M. Asensio Moreno. Para disfrutar del muy saludable ejercicio de poner en su sitio a los engreidos, prepotentes, desconocedores absolutos de una mínima noción de modestia, ceporros que se creen con autoridad para vomitar sus exabruptos y creer que no van a recibir respuesta. Pérez es, a mi juicio, uno de estos especímenes, además de un nefasto escritor -si es que así lo podemos calificar-. A disfrutar.

Pérez Reverte, un cateto envanecido

Una entrañable suscriptora, profesora de literatura y bibliotecaria, nos envía un artículo de Arturo Pérez Reverte, acompañado de la siguiente carta:

«Queridos fieras: entre los numerosos mensajes que me encuentro a mi regreso de Praga (ciudad encantadora que ha superado todas mis expectativas, y donde se palpa en cada piedra la cultura europea de un pueblo que supo estar a la altura del progreso sin tropezar con la misma piedra con la que tropiezan los incultos, es decir, sin violencia, con una revolución-evolución progresista llamada de "terciopelo"), me encuentro con este texto de Pérez Reverte que no tiene "desperdicio". No sólo se palpa en él su mala redacción, algo por desgracia muy habitual desde que los "periodistas" se han vuelto "escritores", a diferencia de los verdaderos escritores que se ganaban el pan ejerciendo como periodistas más o menos eventualmente, sino también su ignorancia. Os lo brindo para " La Fiera ", un descargue más contra el "reportero audaz", escritor de medio pelo. ¡Qué os voy a contar que ya no sepáis!

 Un fuerte abrazo de vuestra amiga "forever", M. P.»

El artículo se titula Aragón también existe y, desde el principio hasta el fin, expele ese patriotismo testicular que Pérez escupe de forma tan desagradable, entre insultos y descalificaciones de todo el que no está de acuerdo con él ni le alaba. En este artículo, los historiadores que no tienen en cuenta sus análisis de nacionalista experto, son tratados de “timadores y mangantes” que escriben desde “la ignorancia, la manipulación y la mala fe”, además de “mierdecillas, vendidos, mentecatos e interesados”, “asfixiados por la perra política, oportunistas, manipuladores y mercachifles”, que han convertido a España “en una piltrafa y en una casa de putas insolidaria y estulta”. ¡Válgame Dios y su divina Madre en su advocación de la Bien Aparecida ! Menos mal que no soy historiador. Encontrándome, como me encuentro, en horas bajas, no sé lo que hubiera podido pasarme. Pérez no conoce otra manera de expresarse, únicamente la chulesca, a la que le ha llevado el engreimiento propiciado por unos ignorantes, que lo han considerado escritor y hasta le han dedicado congresos y llevado a la Academia. La Españeta es así y, los españetoles, dignos hijos de su madre. Conservo un recorte con una entrevista a Pérez, en que éste Alatriste, convertido en Alalegre desde que lo embalsamaron en la Universidad de Murcia, ruega a una periodista –por dos veces-- que no le toque los cojones, y eso después de llamarla tonta y ella aceptarlo con una sonrisa, porque Pérez toca, pero él es, en opinión de de sus devotos, intocable.

No es de extrañar que cuando algún inepto o inepta se le acerca genuflexo y babeante, se le hinche el ego, se le haga el culo naranjada y la emprenda a su mal estilo con quien ese día no le haya dicho lo machote que es. Como ocurrió con el agudo crítico independiente Rafael Reig, que osó referirse a su (de Pérez) “patriotismo testicular”, que es evidente. El Gran Capitán le concedió, vía la reverente Nuria Azancot, en El Cultural del 25-1-2007, los nombramientos de “cantamañanas”, “novelista frustrado” y “perpetrador de bajezas semanales para ganarse el pan”. Esta última y repulsivamente clasista frase, propia de un señorito, hace pensar que lo que Pérez se gana es, por lo menos, el jamón de pata negra y el caviar, que adquirirá al por mayor, como buen nuevo rico. Con su mentalidad de tal, a continuación esgrime sus principales argumentos, de los que hasta su tía Encarnación está hasta las bambalinas: los muchos lectores que tiene, los muchos libros que vende y el dineral que gana.

Hoy me siento generoso y voy a descender hasta el nivel mental de este capullo. ¿Quiénes son sus lectores, Alatriste? ¿A quién le vende usted los libros? ¡A los analfabetos que se guían por Babelia, El Cultural y el ABC de las Letras, y que son incapaces de comprender la auténtica literatura! A los nietos y biznietos de los habitantes de aquella España zaragatera y triste de que habló Machado. A quienes ignoran el salto que, desde el punto de vista de la estética literaria y el pensamiento, dio la novela en el siglo XX.

Por otra parte, ¿qué es para usted “un novelista frustrado”? En la línea de pensamiento en que me vengo moviendo, hasta usted debería comprender que para mí lo es, por ejemplo, uno que quisiera ser novelista a principios del siglo XXI y lo hiciera imitando a los entreguistas de hace dos siglos, sino que sin la frescura y autenticidad que ellos poseían, porque lo eran auténticamente y en su momento.

Atienda, le voy a explicar (lo hago por su bien, a ver si se cura de esa chulería tan pedestre y que tan incómoda tiene que ser para sus allegados): en cualquier arte -y la novela, después de Joyce, Proust, Woolf, Faulkner, Kafka, Musil, Svevo, Mann, Hesse, Pavese, Pratolini, Kazantzaki, Dos Passos, Fitgerald, etc., Rojas, Ferreras, Bosch, Risco, Cabot, Acquaroni, Torrente, Cunqueiro, etc. lo es- el primer mandamiento es no hacer lo que ya se ha hecho. Los pastiches como los suyos siempre han merecido la repulsa de quienes aman la literatura y aprecian, por tanto, la literariedad. Porque usted, no se engañe, no hace novelas históricas, en el sentido estético e historiográfico de la expresión. Sus obras no se alinean con Los idus de marzo, Memorias de Adriano, Dios ha nacido en el exilio, La muerte de Virgilio, Todos los hombres son mortales , etc., en las que sus autores, como en obras dramáticas como Calígula, parten de un suceso o un personaje histórico para especular sobre la realidad del mundo, los sentimientos y los valores. Usted cuenta historietas de capa y espada, de piratas y de navegantes –un subgénero--, a imitación de las de Alejandro Dumas, Fernández y González y otros autores del XIX, para satisfacer paladares poco finos, para colmo estragados por los críticos y, parece mentira, los profesores de literatura. De crónica retrospectiva –plúmbea por lo excesivamente documentada y libresca-- se puede titular lo que usted hace.

Y es que, casi lo he dicho, unos cuantos críticos literarios españoles –más o menos todos, para ser preciso-, para quienes me bastaría emplear los calificativos de ignorantes, incompetentes, vendidos a la industria cultural y pelotas congénitos-- han hecho creer a Pérez que es lo que no es ni será nunca: un escritor, un novelista y, para mayor infamia –José Belmonte, Juan Marsé, Pozuelo Yvancos, Sanz Villanueva, Ayala Dip, Conte, Darío Villanueva, García Posada, Juristo, García Jambrina, Basanta, Mainer, etc.- renovador del género narrativo. -¡Renovador! Es para darse de baja-- y Pérez ha confundido marketing con valores y se ha puesto gallito, como un murciano o un mexicano borracho. Insisto: son esos críticos y profesores los culpables de que un don nadie, literariamente hablando, se pasee por el mercado de la novela –mercado, sí, no parnaso ni museo-, como si fuera, en lugar de un epígono de los braceros de la pluma más obsoletos, el director de la orquesta y el descubridor de algo.

Que Pérez escriba, en el arranque del siglo XXI, novelas decimonónicas –y malas-- y desprecie, como desprecia, la gran novela del XX –la novela de ideas, la novela de valores estéticos, la novela con mensaje, la novela comprometida, en fin, aquella mediante la cual los novelistas expresaban una concepción del mundo y una teoría literaria-- es cosa para tenerle lástima, aunque no para condenarlo a galeras. Pero que unos críticos, que además son profesores universitarios, lo entronicen por ello, lo nombren académico y digan de él que es un genio, es para descalificarlos de por vida. Se ha llegado a decir, como apunté hace unas líneas, por boca y pluma de Juan Marsé -un novelista rudo e igualmente sobrevalorado, aunque mucho mejor narrador que Pérez--, de José Belmonte, de Darío Villanueva, de Mainer, de Conte y de todos los demás antes nombrados, que el espadachín literario ¡ha renovado el género novelístico! Sería como el restaurante que pretendiera “renovar” la cocina ofreciendo en su carta duelos y quebrantos. Pero hoy no voy a por los críticos, tiempo habrá, sino a por Pérez y al hecho de que se lo haya creído y se haya convertido en ese jactancioso insoportable que, vestido de d'Artagnan, pontifica sobre el género literario más abarcador e interesante, casi diría que más intelectual, con “razonamientos” que sólo pueden surgir de la ignorancia y que sonrojarían hasta al gato con botas, su pariente.



Sólo por ser un epígono, un imitador, autor de resonantes pastiches, no puede ser Pérez renovador de nada, ni siquiera buen escritor. Ningún escritor de verdad, como se ha entendido su esencia desde Nietzsche hasta Maurice Nadeau, se avendría a transitar un camino más que trillado con el único fin de entretener a los descerebrados culturales y ganar fama y dinero. La novela es más, mucho más de lo que un ganapán quiosquero, con su pobre filosofía, puede imaginar. La novela es, como dijeron Gide, Sartre y Maurice Nadeau, y confirmarían Barthes, Moeller, Blanchot; Pavese, Julián Green, Colin Wilson, Albéres, Camus, Blanchot, Grenzmann, Abellio, Weidlé etc., etc., hasta Todorov –Baquero Goyanes, Benítez Claros, Alborg, entre nosotros-- una forma de conocimiento y de influir sobre el mundo. En los años gloriosos que van desde 1905 –el de la teoría especial de la relatividad-- hasta el emblemático 1968, la novela pasó “de ser la descripción enciclopédica del mundo o de las pasiones a la apropiación moral, poética, filosófica o metafísica de este mundo por un individuo privilegiado: el novelista”, de quien “más que su creación, es su visión personal lo que nos importa, la expresión original y verosímil que, a través de su obra, nos da del universo y de las relaciones que mantiene con él”. Debo añadir que, después del tiempo en que Nadeau escribía lo entrecomillado, la larga posguerra de la Segunda Guerra Mundial, la creación, la presencia de valores estéticos definitorios en la novela, pasaría a interesar también. Una auténtica tragedia cultural se puede considerar el hecho de que esa interesante trayectoria de la novela en los aspectos estéticos y de contenido fuese abruptamente cortada por la industria del libro, que hizo de éste, no un vehículo de difusión de ideas y de valores éticos y estéticos, sino un objeto de cambio. Nada tengo que objetar, por supuesto, a que alguien quiera volver y vuelva a la más primitiva expresión del género narrativo, la fábula, aunque sea tachonada de citas cultas que más bien le sientan como el vinagre a un merengue, pero nunca consideraría a ese alguien genio de la literatura o renovador.

En su ensoberbecimiento -comprensible, por lo dicho, en una mente superficial-, Pérez ha llegado a autodeclararse el salvador de la novela. Parece increíble, pero es cierto. En una entrevista con el inefable Juan Cruz, todoterreno de Prisa, quien, desde su reclinatorio, le iba poniendo las preguntas como dicen que le ponían las carambolas a –me parece- Fernando VII, proclama que su primera novela, El Club Dumas, representó un hito, “un desafío”. “Fui un pionero”, afirma modestamente, “porque en España [entonces] había que escribir como William Faulkner y todo lo que era contar historias estaba mal visto”. Esta chorrada memorable no la voy siquiera a comentar. Se refuta con una simple ojeada al catálogo de novelas publicadas en España desde la posguerra al inicio de la Era Pérez. Tal vez se refiera a Benet y a sus imitadores, pero éstos, con su intento serio y respetable -salvo en el caso de Javier Marías, un caso perdido--, por supuesto –al intento me refiero--, más respetable que el de resucitar las capas y las espadas, no caracterizan el momento (V. M. García Viñó: La novela española del siglo XX , Madrid, Endymión, 2004). Y si fuera éste su único error… Envalentonado por los vítores de Cruz, tira Pérez de su espada estilográfica y añade, a su estilo, que su primera novela no fue sólo un hito histórico y un desafío, “fue sobre todo una patada en los cojones a los que tenían secuestrada la literatura en ese momento”.

No todo hombre tiene la oportunidad de leer, en el curso de su vida, una majadería del máximo calibre, y yo me tengo que alegrar de ser contemporáneo de Pérez para haber podido gozar de esa experiencia. Pero, ¿sería él capaz de justificar lo que, a patadas como se ha visto, afirma? ¿Qué quiere decir? Que la literatura, ente incorpóreo, se encontraba aherrojada en una gruta inaccesible y llegó el conde de Pérezcristo y la liberó? En serio, ¿qué quiere decir con eso? ¿Sería él capaz de explicarlo? ¿Alguna fuerza maligna impedía a los escritores hacer literatura de verdad y él llegó, vio y, venciendo la maldición, la hizo? No es fácil entenderlo, salvo en lo que tiene de injustificada jactancia. Por otras cosas que le he leído a este bravucón, que no deja de suscitar cierta ternura compasiva, él ha llegado, envuelto por los cantos de sirena de una crítica sumisa ante las grandes editoriales, a estar profundamente convencido de la verdad de las chorradas que dice y dicen de él; fundamentalmente, de la necesidad de eliminar la novela que ellos, irónicamente, llaman seria , y propiciar la novela de entretenimiento, comercial, vacía tanto de valores estéticos como de ideas -y, cuidado, cuando hablo de valores estético-novelísticos no me refiero a la prosa, al estilo, sino a todos aquéllos que se centran en, y rodean, la composición--, partiendo de la creencia, falsa, de que la gran novela es aburrida. La gran novela es apasionante para la gente que piensa, para la gente culta en general, para quienes poseen algo más que superficie y suelen estar interesados en los “por qué” de las cosas. Gente muy peligrosa para los mandarines, porque la consigna de éstos es no dejar pensar. En este sentido, obras como las de Pérez sirven al injusto sistema que domina el mundo habitado por la sociedad del espectáculo, desde el momento en que, por una parte, contribuyen a ese espectáculo y, por otra, ocultan bajo su hojarasca los problemas. En ni una sola de las declaraciones –tan ufanas— que he leído de Pérez, deja éste de alardear de lo bien que se lo pasa escribiendo las, para mí, plúmbeas aventuras de sus capitanes. Me lo creo. Como también me creo que gana mucho dinero y tiene muchos lectores. Pero yo sé bien –he estudiado el tema—que ningún auténtico creador –novelista, poeta, pintor- se divierte creando. Las grandes obras se han alumbrado siempre con dolores de parto. Ninguna de las novelas de Pérez es grande.

 
M. Asensio Moreno