El otro día recuperé mi libro de Reinaldo Arenas. Se titula “Antes que anochezca”. Es la autobiografía en la que se basó Julian Schnabel para dirigir la película que lanzó a Javier Bardem al estrellato internacional. La película resulta interesante, y en algunos aspectos – como la interpretación de Bardem – notable. Pero el libro de Arenas es infinitamente superior.
Lo encontré en casa de mi hermano, durmiendo el sueño de los libros cuyo fin es decorar. Se lo dejé a mi hermano, y tras dos años de préstamo todavía no había sido abierto. Era hora de que Reinaldo volviera con aquel que con tanta esperanza lo adquirió en la librería, y con tanta emoción lo leyó. Porque esta autobiografía está escrita desde las entrañas. Con el sufrimiento y la rabia, con la ternura y la esperanza. Es un libro que emociona, indigna, perturba e ilusiona, que es lo que hacen los libros de verdad. Esos libros que son escritos con la materia prima del alma que los escribe, que la deja hecha jirones y la restaña al mismo tiempo. Nada que ver con esos “ejercicios” de presunta literatura, realizados por “escribidores” profesionales, amantes del prestigio que da la profesión de escritor, pero no de la literatura. El fin y los medios no pueden chirriar. Si lo que buscas es el éxito, serás capaz de obtenerlo a cualquier precio. Si amas la literatura, no la puedes vender. Ni al mercado, ni a la política cultural de grupos mediáticos, ni a ningún régimen político. En lo que a la literatura concierne no distingo de la vida.
El testimonio de Arenas es de una gran profundidad. Su denuncia de la dictadura castrista, del stalinismo, y de la hipocresía de amplios sectores de la intelectualidad progresista latinoamericana es un tesoro si se sabe interpretar con la limpieza de mirada con que su mismo autor la realizó. Porque Arenas nos dijo en este libro que todas las desgracias que sufrió derivaban de su inquebrantable deseo de ser él mismo, de vivir como él quería. Y por ello fue perseguido. Allá cada uno, pero entre la vida y la muerte, entre Reinaldo Arenas y Fidel Castro, lo tengo claro.
Recuerdo el pasaje de un relato de otro amado escritor maldito. Roberto Bolaño escribió así. “Pienso en los poetas muertos en el potro de tortura, en los muertos de sida, de sobredosis, en todos lo que creyeron en el paraíso latinoamericano y murieron en el infierno latinoamericano. Pienso en esas obras que acaso permitan a la izquierda salir del foso de la vergüenza y la inoperancia”. Bolaño nombra a Reinaldo Arenas en la frase que precede a esta cita. No se podría expresar mejor esta amarga sensación que como lo hace Bolaño. Pero como él mismo dice, las mejores lágrimas, la que nos hacen mejores, son aquellas que no se alejan demasiado de la risa. Y en eso Bolaño coincide con Arenas.
Cuando miro la foto de Reinaldo Arenas en la portada del libro, no puedo dejar de sentir una gran ternura y una gran pena. Pero esta pena me la disipa el propio Reinaldo, que en la carta que escribió antes de suicidarse nos dice, “mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza”.
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