"Un soldado israelí no es mejor persona que un nazi".
"Invertí un año en viajes, escribí el primer borrador en cuatro meses y dos años corrigiendo".
Jonathan Littell
MATÍAS NÉSPOLO
El escritor revelación del momento publica en España 'Las benévolas', una novela que retrata el Holocausto a través de los ojos de un oficial de las SS y de la que se han vendido un millón de ejemplares. La perspectiva del libro le ha valido para «alterar el discurso popular -y simplista- que existe sobre este episodio de la Historia.
BARCELONA.- Jonathan Littell, un escritor francés de origen americano de 40 años que se refugia en el anonimato barcelonés, saltó de la nada al ruedo literario en 2006 con Les Bienveillantes (Gallimard). Una incómoda novela sobre el Holocausto narrada en forma de memorias de un oficial de las SS, Max Aue, quien participó directamente de la masacre. En poco menos de un año, la obra se convirtió en un best seller en Francia y se hizo con el prestigioso premio Goncourt y con el Grand Prix de la Académie Française. Un año después, Las benévolas -que ya ha vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo- llega a las librerías, editada por RBA en español y por Quaderns Crema en catalán, el próximo viernes.
Pregunta.- Cuesta trabajo leer Las benévolas como ópera prima. ¿Qué trabajo literario la precede?
Respuesta.- No es la primera, a pesar de la faja de la edición francesa que dice «première ouvre littéraire», porque cuando era joven publiqué una novela muy mala de ciencia ficción. Pero más allá de informes, de textos no literarios y de los cuatro cuentos cortos que publicaré a finales de noviembre con el título de Etudes, esto es todo lo que he escrito en los últimos 10 años.
P.- ¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?
R.- Llevaba casi 15 años pensando este libro y en 2001 comencé a trabajarlo a tiempo completo. Invertí un año en viajes e investigación y escribí el primer borrador de una sentada en cuatro meses. Pasé los dos años siguientes corrigiendo y digiriendo la historia.
P.- Usted trabajó con una ONG en zonas en conflicto como Bosnia, Chechenia o Afganistán, ¿ha sido determinante para su novela?
R.- No, porque la comencé mucho antes de viajar a esos sitios. Pero, desde luego, fue el alimento de la reflexión que me facilitó la maduración de la novela. Y tener contacto profesional con los verdugos fue de gran ayuda para conocer en realidad cómo funciona esa gente. He aprendido mucho.
P.- ¿Cuál fue el punto de partida?
R.- Una fotografía utilizada como propaganda en Rusia, con una niña muerta sobre la nieve. Me impresionó mucho y me hizo pensar. Pero no hay que exagerar el efecto, como ha hecho la prensa francesa. En realidad fue un largo proceso en el que fueron conectándose varios niveles, también la película de Claude Lanzmann Shoah.
P.- ¿Lo suyo fue una fascinación por el mal?
R.- No lo llamaría fascinación. Sólo me interesaba comprender cómo funcionan los procesos que llevan a una persona a hacer cosas realmente muy malas. No creo en el mal con mayúsculas. El mal no es un concepto, es el resultado de las acciones de los individuos. Tampoco es una categoría de análisis. Categorías de análisis son la muerte, el asesinato político, los crímenes de Estado... Eso es lo que me interesa.
P.- El problema que genera la lectura de Las benévolas es la cercanía del Mal, en boca de un protagonista que interpela al lector como un igual...
R.- Hay que diferenciar entre la escritura y la recepción del lector. Desde mi perspectiva sólo puedo crear un objeto narrativo, independientemente de cuál sea la respuesta del lector -que por otra parte no puedo conocer ni prever- para explorar el funcionamiento de los verdugos. Espero haber encontrado algunas respuestas parciales y puede que éstas sean agradables pero ésta es la realidad. La tesis fundamental de la novela es que los nazis eran personas normales comunes y corrientes. No existe una diferencia fundamental entre Adolf Eichmann y usted o yo, más allá de que él ejecutó a miles y miles de personas y nosotros no.
P.- Pero, ¿podríamos hacerlo?
R.- Esa es la cuestión. Una de las respuestas que propone el libro es que no depende únicamente de la voluntad individual. En nuestro contexto social es muy fácil negarse a participar de un asesinato masivo. Pero es mucho más complicado si eres un muchacho americano que te enrolas en la armada para recibir una educación y luego te envían a Irak. Tus parámetros son muy distintos. También lo eran para un alemán que crecía bajo el nazismo. Es un feedback: la sociedad crea a las personas y las condiciones en las que actúan esas personas. Y la relación es muy compleja.
P.- ¿Su interés era investigar esa relación a través de la burocracia de la maquinaria nazi?
R.- La base del libro era investigar las acciones de los verdugos, que funcionaban efectivamente en una máquina burocrática. La burocracia está formada por individuos pero al mismo tiempo es un ente colectivo que funciona de manera autónoma. No he intentado comprender los mecanismos de esta entidad sociológica más allá del relato porque son un misterio.
P.- ¿No le preocupa que algún lector, tras seguir de cerca la difícil historia familiar del protagonista, su periplo por el frente oriental, su convalecencia y su alistamiento forzado en las SS, pueda entender el relato de Max Aue como una justificación?
R.- El lector es mucho más inteligente de lo que uno cree. Pero si alguien quiere creer que estoy justificando al verdugo, allá él. El mismo Max dice: «Yo no me estoy justificando, sino simplemente narrando lo que pasó». Tú le crees o no, depende del espíritu con que leas el libro. Sí, es cierto que a mucha gente que responde a los intereses creados por cierta narrativa del Holocausto este libro les resulta molesto. Sin embargo, ningún crítico serio me ha atacado por justificación o apología del Holocausto. No digo que esta novela no pueda recibir críticas, sino que tienen que hacerse de manera correcta y no fundamentadas en estupideces.
P.- ¿A qué intereses creados se refiere?
R.- Hay un discurso popular sobre el Holocausto que está directamente relacionado con la creación del Estado de Israel. Y a las fuerzas que responden a ese poder no les gusta que ese discurso se altere. Es una visión muy simplista en su forma sobre judíos y nazis como la película de Spielberg y el cine de Hollywood. No digo que yo sea el único que altere este discurso. También en los círculos académicos de historiadores se refleja este debate. Algunos de los ataques que ha recibido mi libro vienen de uno de esos dos sectores enfrentados.
P.- ¿Se apoyan en alguna inexactitud histórica para atacarlo?
R.- No atacan errores históricos porque mi libro no los tiene, sino más bien la perspectiva moral. Cuando el problema se ve desde la óptica del verdugo, no de la víctima, se descubre que los procesos son iguales para todo el mundo, tanto para los nazis como para los soldados americanos o israelíes. Y muchos no quieren aceptar estas equivalencias que para mí están basadas en los hechos. ¿Qué es lo que le impide a un soldado israelí ejecutar a un gran número de civiles árabes? Un soldado israelí no es mejor persona que un nazi y, de hecho, puede provocar una masacre, sino que responde a la estructura de la sociedad a la que pertenece y a los límites que ella le impone. Israel es una sociedad democrática que limita hasta dónde puede llegar con el uso de la violencia -desde mi punto, es un uso muy abusivo-, pero desde luego no llegan tan lejos como llegaron los alemanes. Lo mismo se puede decir de los americanos: si su Gobierno les da carta blanca para torturar en Irak, no tienen ningún problema en hacerlo.
P.- ¿Son casos equivalentes?
R.- Responden a procesos similares, pero no conducen al mismo resultado porque ni Estados Unidos ni Israel llevan a cabo genocidios. Pero los israelíes sí que torturan y matan a muchos árabes y son extremadamente racistas. El Estado ejerce una violencia injustificada y ocupa las tierras palestinas. Hay incluso intelectuales de la izquierda israelí que denuncian el fascismo de su sociedad. No entiendo cómo puede haber un Estado democrático cuya definición de la ciudadanía esté basada en la etnia y en la religión. Es una contradicción lógica, pero esas dos dimensiones, democracia y ciudadanía, coexiste en la realidad.
P.- ¿El problema de fondo es político o ético?
R.- Es una cuestión ética, tanto el problema del Estado de Israel como el de los americanos en Irak. Una cosa es condenar y otra, intentar comprender los mecanismos que mueven a los verdugos, como hago en la novela. Y creo que hay una diferencia fundamental entre los ejecutores del pasado y los actuales: la estructura de las sociedades que los limitan.
P.- ¿Diría que su estilo narrativo es anacrónico?
R.- Algunos críticos han mencionado la influencia de la novela rusa, pero mi estilo no es el de Tolstoi ni el de Vassili Grossman. Si tuviera que compararlo con alguien, diría que es más cercano al de Bataille o al de Blanchot. Puede que parezca anacrónico, pero sucede que no me interesan ni los temas ni las formas narrativas de la literatura contemporánea. Simplemente uso la escritura para explorar algunos ámbitos de la experiencia humana. Cuando tienes un objetivo claro, el estilo viene por añadidura con la misma historia.
P.- ¿Por qué recurrió a un narrador en primera persona?
R.- Fue la única forma de acercarme al problema. No podía narrar desde una visión general y omnisciente como Tolstoi, necesitaba hacerlo de adentro hacia fuera.
P.- ¿Y la ambigüedad de un narrador homosexual también era necesaria para la historia?
R.- No estoy tan seguro de que Max Aue sea homosexual. Pero no quise apoyarme en el tópico de que los nazis eran homosexuales, sino que esta ambigüedad surgió de la misma estructura de la novela.
P.- Más allá del título que hace relación a Orestes, ¿qué relación guarda la novela con los mitos?
R.- No son mitos clásicos en general, sino historias específicas. Y no creo ni siquiera que se les pueda llamar mitos porque en la tragedia griega esas historias ya son formas literarias. Yo utilizo su estructura al igual que los tres grandes trágicos de la antigüedad que escribieron la historia de Orestes, cada uno comentando y modificando los parámetros de su predecesor. Yo también los he alterado en función de la novela. Por ejemplo, el tema del incesto que está latente en Sófocles, yo lo he hecho mucho más explícito.
P.- ¿Vivió el éxito de Las benévolas como una maldición o una bendición?
R.- Como una mezcla de ambas. El éxito complica algunas cuestiones personales, pero te da mucha libertad y más facilidad para trabajar. Por inclinación natural no me gusta estar en el escaparte.
P.- ¿Le sentó mal que la ciudadanía francesa le llegara después de ganar el Goncourt y el premio de la Academia?
R.- Hubiera preferido tenerla mediante el proceso normal y no por la solución de una varita mágica. Pero la quería y no la pude rechazar. No me gustó el modo en que se hizo porque es muy triste para las personas que no escriben libros.
P.- ¿Votará en las próximas elecciones?
R.- Probablemente lo haga. Pero llegué tarde a esta elección histórica para votar contra Sarkozy.
Respuesta.- No es la primera, a pesar de la faja de la edición francesa que dice «première ouvre littéraire», porque cuando era joven publiqué una novela muy mala de ciencia ficción. Pero más allá de informes, de textos no literarios y de los cuatro cuentos cortos que publicaré a finales de noviembre con el título de Etudes, esto es todo lo que he escrito en los últimos 10 años.
P.- ¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?
R.- Llevaba casi 15 años pensando este libro y en 2001 comencé a trabajarlo a tiempo completo. Invertí un año en viajes e investigación y escribí el primer borrador de una sentada en cuatro meses. Pasé los dos años siguientes corrigiendo y digiriendo la historia.
P.- Usted trabajó con una ONG en zonas en conflicto como Bosnia, Chechenia o Afganistán, ¿ha sido determinante para su novela?
R.- No, porque la comencé mucho antes de viajar a esos sitios. Pero, desde luego, fue el alimento de la reflexión que me facilitó la maduración de la novela. Y tener contacto profesional con los verdugos fue de gran ayuda para conocer en realidad cómo funciona esa gente. He aprendido mucho.
P.- ¿Cuál fue el punto de partida?
R.- Una fotografía utilizada como propaganda en Rusia, con una niña muerta sobre la nieve. Me impresionó mucho y me hizo pensar. Pero no hay que exagerar el efecto, como ha hecho la prensa francesa. En realidad fue un largo proceso en el que fueron conectándose varios niveles, también la película de Claude Lanzmann Shoah.
P.- ¿Lo suyo fue una fascinación por el mal?
R.- No lo llamaría fascinación. Sólo me interesaba comprender cómo funcionan los procesos que llevan a una persona a hacer cosas realmente muy malas. No creo en el mal con mayúsculas. El mal no es un concepto, es el resultado de las acciones de los individuos. Tampoco es una categoría de análisis. Categorías de análisis son la muerte, el asesinato político, los crímenes de Estado... Eso es lo que me interesa.
P.- El problema que genera la lectura de Las benévolas es la cercanía del Mal, en boca de un protagonista que interpela al lector como un igual...
R.- Hay que diferenciar entre la escritura y la recepción del lector. Desde mi perspectiva sólo puedo crear un objeto narrativo, independientemente de cuál sea la respuesta del lector -que por otra parte no puedo conocer ni prever- para explorar el funcionamiento de los verdugos. Espero haber encontrado algunas respuestas parciales y puede que éstas sean agradables pero ésta es la realidad. La tesis fundamental de la novela es que los nazis eran personas normales comunes y corrientes. No existe una diferencia fundamental entre Adolf Eichmann y usted o yo, más allá de que él ejecutó a miles y miles de personas y nosotros no.
P.- Pero, ¿podríamos hacerlo?
R.- Esa es la cuestión. Una de las respuestas que propone el libro es que no depende únicamente de la voluntad individual. En nuestro contexto social es muy fácil negarse a participar de un asesinato masivo. Pero es mucho más complicado si eres un muchacho americano que te enrolas en la armada para recibir una educación y luego te envían a Irak. Tus parámetros son muy distintos. También lo eran para un alemán que crecía bajo el nazismo. Es un feedback: la sociedad crea a las personas y las condiciones en las que actúan esas personas. Y la relación es muy compleja.
P.- ¿Su interés era investigar esa relación a través de la burocracia de la maquinaria nazi?
R.- La base del libro era investigar las acciones de los verdugos, que funcionaban efectivamente en una máquina burocrática. La burocracia está formada por individuos pero al mismo tiempo es un ente colectivo que funciona de manera autónoma. No he intentado comprender los mecanismos de esta entidad sociológica más allá del relato porque son un misterio.
P.- ¿No le preocupa que algún lector, tras seguir de cerca la difícil historia familiar del protagonista, su periplo por el frente oriental, su convalecencia y su alistamiento forzado en las SS, pueda entender el relato de Max Aue como una justificación?
R.- El lector es mucho más inteligente de lo que uno cree. Pero si alguien quiere creer que estoy justificando al verdugo, allá él. El mismo Max dice: «Yo no me estoy justificando, sino simplemente narrando lo que pasó». Tú le crees o no, depende del espíritu con que leas el libro. Sí, es cierto que a mucha gente que responde a los intereses creados por cierta narrativa del Holocausto este libro les resulta molesto. Sin embargo, ningún crítico serio me ha atacado por justificación o apología del Holocausto. No digo que esta novela no pueda recibir críticas, sino que tienen que hacerse de manera correcta y no fundamentadas en estupideces.
P.- ¿A qué intereses creados se refiere?
R.- Hay un discurso popular sobre el Holocausto que está directamente relacionado con la creación del Estado de Israel. Y a las fuerzas que responden a ese poder no les gusta que ese discurso se altere. Es una visión muy simplista en su forma sobre judíos y nazis como la película de Spielberg y el cine de Hollywood. No digo que yo sea el único que altere este discurso. También en los círculos académicos de historiadores se refleja este debate. Algunos de los ataques que ha recibido mi libro vienen de uno de esos dos sectores enfrentados.
P.- ¿Se apoyan en alguna inexactitud histórica para atacarlo?
R.- No atacan errores históricos porque mi libro no los tiene, sino más bien la perspectiva moral. Cuando el problema se ve desde la óptica del verdugo, no de la víctima, se descubre que los procesos son iguales para todo el mundo, tanto para los nazis como para los soldados americanos o israelíes. Y muchos no quieren aceptar estas equivalencias que para mí están basadas en los hechos. ¿Qué es lo que le impide a un soldado israelí ejecutar a un gran número de civiles árabes? Un soldado israelí no es mejor persona que un nazi y, de hecho, puede provocar una masacre, sino que responde a la estructura de la sociedad a la que pertenece y a los límites que ella le impone. Israel es una sociedad democrática que limita hasta dónde puede llegar con el uso de la violencia -desde mi punto, es un uso muy abusivo-, pero desde luego no llegan tan lejos como llegaron los alemanes. Lo mismo se puede decir de los americanos: si su Gobierno les da carta blanca para torturar en Irak, no tienen ningún problema en hacerlo.
P.- ¿Son casos equivalentes?
R.- Responden a procesos similares, pero no conducen al mismo resultado porque ni Estados Unidos ni Israel llevan a cabo genocidios. Pero los israelíes sí que torturan y matan a muchos árabes y son extremadamente racistas. El Estado ejerce una violencia injustificada y ocupa las tierras palestinas. Hay incluso intelectuales de la izquierda israelí que denuncian el fascismo de su sociedad. No entiendo cómo puede haber un Estado democrático cuya definición de la ciudadanía esté basada en la etnia y en la religión. Es una contradicción lógica, pero esas dos dimensiones, democracia y ciudadanía, coexiste en la realidad.
P.- ¿El problema de fondo es político o ético?
R.- Es una cuestión ética, tanto el problema del Estado de Israel como el de los americanos en Irak. Una cosa es condenar y otra, intentar comprender los mecanismos que mueven a los verdugos, como hago en la novela. Y creo que hay una diferencia fundamental entre los ejecutores del pasado y los actuales: la estructura de las sociedades que los limitan.
P.- ¿Diría que su estilo narrativo es anacrónico?
R.- Algunos críticos han mencionado la influencia de la novela rusa, pero mi estilo no es el de Tolstoi ni el de Vassili Grossman. Si tuviera que compararlo con alguien, diría que es más cercano al de Bataille o al de Blanchot. Puede que parezca anacrónico, pero sucede que no me interesan ni los temas ni las formas narrativas de la literatura contemporánea. Simplemente uso la escritura para explorar algunos ámbitos de la experiencia humana. Cuando tienes un objetivo claro, el estilo viene por añadidura con la misma historia.
P.- ¿Por qué recurrió a un narrador en primera persona?
R.- Fue la única forma de acercarme al problema. No podía narrar desde una visión general y omnisciente como Tolstoi, necesitaba hacerlo de adentro hacia fuera.
P.- ¿Y la ambigüedad de un narrador homosexual también era necesaria para la historia?
R.- No estoy tan seguro de que Max Aue sea homosexual. Pero no quise apoyarme en el tópico de que los nazis eran homosexuales, sino que esta ambigüedad surgió de la misma estructura de la novela.
P.- Más allá del título que hace relación a Orestes, ¿qué relación guarda la novela con los mitos?
R.- No son mitos clásicos en general, sino historias específicas. Y no creo ni siquiera que se les pueda llamar mitos porque en la tragedia griega esas historias ya son formas literarias. Yo utilizo su estructura al igual que los tres grandes trágicos de la antigüedad que escribieron la historia de Orestes, cada uno comentando y modificando los parámetros de su predecesor. Yo también los he alterado en función de la novela. Por ejemplo, el tema del incesto que está latente en Sófocles, yo lo he hecho mucho más explícito.
P.- ¿Vivió el éxito de Las benévolas como una maldición o una bendición?
R.- Como una mezcla de ambas. El éxito complica algunas cuestiones personales, pero te da mucha libertad y más facilidad para trabajar. Por inclinación natural no me gusta estar en el escaparte.
P.- ¿Le sentó mal que la ciudadanía francesa le llegara después de ganar el Goncourt y el premio de la Academia?
R.- Hubiera preferido tenerla mediante el proceso normal y no por la solución de una varita mágica. Pero la quería y no la pude rechazar. No me gustó el modo en que se hizo porque es muy triste para las personas que no escriben libros.
P.- ¿Votará en las próximas elecciones?
R.- Probablemente lo haga. Pero llegué tarde a esta elección histórica para votar contra Sarkozy.
EXTRAÍDO DE LA PÁGINA DEL DIARIO "EL MUNDO": http://www.elmundo.es/2007/10/24/cultura/2240839.html
1 comentario:
Siempre me ha asombrado la capacidad del ser humano que según las circunstancias es capaz de lo mejor y de lo peor.
Una entrevista muy interesante, creo que ese libro me lo leeré.
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