30 mayo, 2009

20.000 civiles murieron en la ofensiva final en Sri Lanka.

Fuente El País

AGENCIAS - Madrid - 30/05/2009

Más de 20.000 civiles murieron por los bombardeos del Ejército de Sri Lanka durante la ofensiva final lanzada entre el 27 de abril y el 19 de mayo para acabar con los últimos reductos rebeldes tamiles, según publicó ayer el periódico británico The Times, que cita informes confidenciales de Naciones Unidas y a testigos sobre el terreno. Este balance de víctimas triplica el hasta ahora admitido por el Gobierno de Colombo, que califica los nuevos datos como "totalmente falsos". Naciones Unidas, por su parte, dice que no dispone de datos cerrados de bajas civiles.

The Times incluye en su información en Internet un vídeo en el que puede verse un campo de refugiados desierto, con habitáculos arrasados y varios cientos de lo que parecen ser tumbas excavadas en un terreno desolado y rodeado de palmeras.

La larga guerra entre los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (LTTE) y el Gobierno de Colombo, iniciada en 1983 por el levantamiento tamil para lograr la independencia, ha causado más de 100.000 muertos, según estimaciones oficiales. En la última fase, con los rebeldes rodeados en una estrecha franja de terreno, los abusos contra los civiles se produjeron en ambos bandos, según The Times. Mientras los tigres utilizaron a la población como escudos humanos, el Ejército no dudó en bombardear zonas establecidas como libres de conflicto, lo que habría causado más de 1.000 civiles muertos cada día en las tres semanas de ofensiva final, hasta la muerte del líder rebelde, Vellupillai Prabhakaran, el día 19.

Las restricciones impuestas por Colombo para acceder a la zona afectada, denunciadas por organizaciones como la Cruz Roja o la propia ONU, dificultan la confirmación de los hechos. La ONG Human Rights Watch exigió ayer la apertura de una investigación por crímenes de guerra.

26 mayo, 2009

"Relatos autobiográficos", de Thomas Bernhard.


Con motivo del vigésimo aniversario del fallecimiento de Thomas Bernhard, se reúnen aquí los cinco volúmenes de los escritos autobiográficos cuya publicación se inició con El origen en 1983, seguido de El sótano, El aliento, El frío y Un niño. Desde una furiosa invectiva contra el sistema educativo y, en particular, contra el nacionalismo y el catolicismo, hasta la descripción de una época de horror marcada por el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, el lector de estos Relatos autobiográficos descubrirá cómo Bernhard logró concebir y construir una obra que es una «exaltación de la supervivencia». Claro, objetivo, irónico, iconoclasta, sublevándose contra el hecho mismo de estar en el mundo, el autor nos sitúa aquí ante una pentalogía que muy bien podría calificarse de «novela autobiográfica»: lo que leemos es la descripción de una vida como invención de una vida. Así, Bernhard nos revela en estos relatos cómo llegó a ser el escritor que fue.

Thomas Bernhard nació en Heerlen (Países Bajos), el 9 o el 10 de febrero (no se sabe con certeza) de 1931 como hijo ilegítimo o natural de Herta Bernhard [1904-1950] y el carpintero Alois Zuckerstätter [1905-1940]; quedó marcado por una infancia de grandes carencias económicas, afectivas y corporales (fue un enfermo crónico durante casi toda su vida). Murió el 12 de febrero de 1989, en Austria, dejando tras de sí una obra considerable que incluye 19 novelas, 17 obras teatrales y otros tantos libros breves o autobiográficos. En su calidad de testigo de la historia reciente y de su país, Austria, al que le unía una relación de amor-odio amarga y descarnada, su saga autobiográfica (El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño) aproxima a la realidad del ser humano doliente y hermético que analiza sin piedad el mundo que le ha tocado vivir. Ello lo convierte en un autor intenso, insoslayable, que hay que leer minuciosamente.

Bernhard pasó gran parte de su infancia con sus abuelos maternos en Viena y Seekirchen, Salzburgo (estado). El matrimonio de su madre (1936) con Emil Fabjan lo llevó a Traunstein, Alta Baviera. Tuvo un hermano que fue médico y le suministró material para su novela Trastorno y su pieza teatral El ignorante y el demente.

El abuelo de Bernhard, el autor Johannes Freumbichler, fue fundamental en la formación del joven: lo encaminó hacia una educación artística, incluyendo una enseñanza musical que le marcó profundamente. Bernhard fue a la escuela elemental en Seekirchen y más tarde asistió al internado Nacional Socialista (1942-1945) / Católico (después de 1945) Johanneum, que abandonó asqueado en 1947 para trabajar de aprendiz con un comerciante.

Debido a una intratable enfermedad pulmonar, Bernhard estuvo recluido desde 1949 a 1951 en el sanatorio Grafenhof. Esa experiencia lo reconcilió con la vida:

Quería vivir, y todo lo demás no significaba nada. Vivir y vivir mi vida, como quisiera y tanto tiempo como quisiera. Entre dos caminos posibles, me había decidido esa noche, en el instante decisivo, por el camino de la vida. Si hubiera cedido un solo instante en esa voluntad mía, no hubiera vivido ni una hora. De mí dependía seguir respirando o no. El camino de la muerte hubiera sido fácil. El camino de la vida tiene igualmente la ventaja de la libre determinación. No lo perdí todo, seguí teniéndolo todo. (El Aliento, 1978).

Se preparó como músico y actor en el Mozarteum de Salzburgo (1955-1957). Después de eso comenzó su carrera como escritor. En 1970, año en que recibió el Premio Georg Büchner de la Academia Alemana de Lengua y Literatura y el Médicis em 1988. Al año siguiente, en 1989, murió de un paro cardiaco en su piso de Gmunden, Alta Austria, al cual se había trasladado en 1965. Su casa de Ohlsdorf es actualmente un museo; en el es curioso observar la presencia de cientos de pares de zapatos italianos de Bernhard, único rasgo de dandysmo que se permitió. En su última voluntad, Bernhard prohibió cualquier nueva puesta en escena de sus obras y la publicación de su obra inédita en Austria: siempre fue un antinacionalista furibundo, y entre todos detestó especialmente el nacionalismo austriaco. Su muerte fue anunciada sólo después del funeral. Está enterrado en el cementerio de Grinzing, en Viena.

De su obra narrativa, en la que los narradores suelen ser laterales, segundas y terceras personas siempre observadoras distantes de los protagonistas, cabe destacar Helada (1964); Trastorno (1967), donde un médico y su hijo visitan a los enfermos de los pueblos de un valle descubriendo en sus enfermedades no sólo las físicas, sino también las morales y sociales; La calera (1970), en la que un marido obsesionado por el estudio del oído humano asesina a su esposa paralítica, con la que vive aislado en un caserón perdido; Corrección (1975) probablemente las más celebrada, que indaga sobre los motivos del suicidio de un arquitecto atacado por un incurable perfeccionismo y autor de una estructura en forma de cono aislada en la mitad de un bosque; El malogrado (1983), centrada en el fracaso de un estudiante de piano en contacto con un genio, todo un estudio sobre las limitaciones humanas, y Maestros antiguos (1985). Ha escrito también una autobiografía, con elementos ficticios, considerada por algunos como su obra más intensa e importante, constituida por cinco tomos: El origen (1975), El sótano (1976), El aliento (1978 ), El frío (1981) y Un niño (1982). Sus obras de teatro más conocidas son El ignorante y el demente (1972), La partida de caza (1974), La fuerza de la costumbre (1974) y El reformador del mundo (1979). Su obra explora el tema del absurdo en la vida y los sentimientos humanos. En el teatro son característicos sus irónicos monólogos que han terminado por crear un estilo que se conoce con el nombre de Teatro de la Nueva Subjetividad (Theater der neuen subjektivität), al que también pertenece Peter Handke. Posee una gran teatralidad y un idioma propio. Bernhard, además de pesimista ("Lo que pensamos ha sido ya pensado, lo que sentimos es caótico, lo que somos es oscuro") y un moralista asqueado por el fango ético de Austria y por extensión del mundo, es también un gran humorista, algo que en su primera narrativa no era fácil detectar; el teatro de Bernhard, en cambio, muestra desde el primer momento su vena satírica, su humor negro, que surge casi de la colisión entre lo profundo y lo trivial. Es una suerte de esperpento centroeuropeo que recoge el expresionismo alemán de entre guerras y, pasando por el nihilismo existencialista de Beckett y las muecas del absurdo de Ionesco, regresa a la elocuencia de una palabra concebida a la vez para hacerse cuerpo y música en un escenario.

El estilo de Bernhard abunda en frases reiterativas y encadenadas, se detiene en el detalle con minuciosidad obsesiva, avanza un paso y retrocede para volver sobre lo mismo, y abomina de los puntos y aparte. Su temática se muestra dolorosamente crítica con lo deleznable que el ser humano puede llegar a ser, sobre todo cuando actúa de manera gregaria. Sus temas recurrentes son el trabajo intelectual como un absurdo que acaba por conducir a la locura, la ignorancia como origen de la maldad y la violencia del hombre; la soledad del ser humano y su imposibilidad de comunicarse con quienes le rodean; la obsesión que deriva en locura, la tenacidad que aboca al hombre al desastre y la incapacidad humana para sustraerse a sus propias obcecaciones y limitaciones.

(Fuente: Wikipedia)


Entrevista a Thomas Bernhard por Asta Scheib (1987).  Traducción de Thomas Kauf. QUIMERA Nº 65. 1987. Recogido de la página web de la Asociación de Amigos del Arte y la Cultura de Valladolid

-Uno nunca sabe quién es. Son los demás los que le dicen a uno quién y qué es ¿no? Y como esto uno lo oye millones de veces en su vida, por poco que ésta sea larga, acaba por no saber en absoluto quién es. Todos dicen algo distinto. Incluso uno mismo está siempre cambiando de parecer. 

-¿Hay seres de los que usted dependa, que tengan una influencia decisiva en su vida? 

-Uno siempre es dependiente de las personas. No hay nadie que no dependa de algún ser. El hombre que estuviera siempre a solas consigo mismo acabaría hundiéndose al cabo de muy poco tiempo, se moriría. Yo soy de la creencia que para cada uno de nosotros existen seres decisivos. Yo he conocido a dos en mi vida; mi abuelo paterno y una persona a la que conocí un año antes de la muerte de mi madre. Fue una relación que duró más de treinta y cinco años. Todo lo que a mí se refería provenía de esta persona, de ella lo he aprendido todo. Y con su muerte también desapareció todo. Entonces uno se encuentra solo. Al principio a uno le gustaría morirse también; después se pone a buscar. A todas las personas que todavía se tienen, a las que se ha dejado olvidadas en el transcurso de la vida. Entonces se encuentra uno muy solo. Hay que aprender a vivir con ello. 

Cuando me encontraba solo, fuese donde fuese, siempre he sabido que esta persona me protegía, me mantenía, y también que me dominaba. Después, todo desapareció. Uno está en el cementerio. Están cerrando la tumba. Todo lo que tuvo algún significado se ha ido. Entonces se despierta cada día por la mañana con una pesadilla. No se trata forzosamente de que se quiera seguir viviendo. Pero uno tampoco quiere pegarse un tiro, o colgarse. A uno eso le parece feo, y desagradable. Entonces sólo quedan los libros. Se precipitan sobre uno con todos los horrores que en ellos se pueden escribir. Pero de puertas afuera se sigue viviendo como si nada, para evitar que el entorno, que siempre está al acecho de nuestras debilidades, nos devore. Por poco que uno las deje aflorar, abusará de nosotros y nos sumergirá en un mar de hipocresía. Entonces la hipocresía se llama compasión. Es la definición más bella de la hipocresía. 

Tal como he dicho antes, es difícil, tras treinta y cinco años de convivencia con una persona, encontrarse de repente solo. Esto sólo lo entienden las personas que han vivido una experiencia parecida. Uno se vuelve de repente cien veces más desconfiado que antes. Uno se vuelve más frío de lo que antes ya se le catalogaba. Aún más reservado. Lo único que le salva a uno es que no hay que morirse de hambre. 

En realidad, lo que se dice agradable, esta vida no lo es. Sin contar con la propia decrepitud. Un derrumbe total. Uno sólo se mete en casas con ascensor. Ingiere un cuarto de litro de vino para comer, otro cuarto para cenar. Más o menos se hace soportable. Pero cuando para comer se bebe ya medio litro, entonces, se pasa muy mala noche. La vida se reduce a este tipo de problemas. Tomar pastillas, no tomarlas, cuándo tomarlas, para qué tomarlas. Uno va enloqueciendo de mes en mes, porque las cosas se van embrollando. 

-¿Cuándo tuvo usted alguna alegría por última vez? 

-Uno se alegra cada día de seguir viviendo y de no estar todavía muerto. Esto constituye un capital inapreciable. 

Aprendí, del ser que se me ha ido, que uno se agarra a la vida hasta el final. En el fondo, todos estamos contentos de vivir. La vida no puede ser tan mala hasta el punto de no aferrarse a ella. La curiosidad es el estímulo. Uno desea saber: ¿qué más falta aún? Es más interesante saber lo que ocurrirá mañana, que lo que está pasando hoy. Cuanto mayor se hace uno, más interesante se vuelve la vida. Tras la destrucción del cuerpo, la mente se desarrolla sorprendentemente bien. 

Lo que más me gustaría es saberlo todo. Siempre trato de robar a la gente, de sacarle todo lo que lleva dentro. En la medida en que esto se puede practicar a escondidas. Cuando la gente se da cuenta de que la estás robando, entonces se cierra. Como cuando se ve a un sospechoso acercarse a la casa, se atranca la puerta. Aunque también se puede forzar la puerta, cuando no queda más remedio. Todo el mundo puede dejarse una ventana abierta en el desván. Esto puede ser muy estimulante. 

-¿Ha deseado usted alguna vez fundar una familia? 

- Sencillamente me he limitado a sentirme feliz de sobrevivir. Fundar una familia, ni se me podía pasar por la cabeza. No tenía salud, y por lo tanto, tampoco ganas de pensar en estas cosas. No me quedó más alternativa que refugiarme en mi capacidad de raciocinio, y tratar de sacarle algún provecho ya que mi cuerpo estaba agotado. Estaba vacío. Y así ha seguido, durante años y años. ¿Es eso bueno, o malo? ¿Quién lo sabe? Pero es una forma de vivir. La vida puede asumir infinitas formas. 

Mi madre murió a los cuarenta y seis años. Fue en 1950. Conocí a mi compañera un año antes. Al principio sólo fue una amistad y una relación muy fuerte con una persona mucho mayor que yo. En cualquier lugar del mundo donde me encontrase, ella era el punto central del cual yo lo extraía todo. Yo siempre sabía que esta persona era totalmente mía en los momentos difíciles. No tenía más que pensar en ella, sin siquiera buscarla, y todo se arreglaba. Incluso ahora, sigo viviendo con esta persona. Cuando estoy preocupado pregunto: ¿Qué harías tú? Así he conseguido apartarme de algunas atrocidades integrales, que no se pueden excluir con la edad, ya que todo está dentro de uno. Para mí, ella fue el elemento de moderación y de disciplina. Y por otra parte también el elemento de apertura al mundo. 

-En algún momento de su vida ¿se ha sentido usted satisfecho? 

-Nunca me he sentido satisfecho de mi vida. Siempre me he sentido muy necesitado de protección. Con mi amiga encontré protección, y siempre me impulsó a trabajar. Ella se sentía feliz de verme hacer algo. Por eso fue maravilloso. Viajábamos. Yo le llevaba sus pesadas maletas, pero aprendí muchas cosas, por poco que se pueda decir esto refiriéndose a uno mismo, pues de todas maneras siempre es poco, o casi nada. Pero para mí lo fue todo. 

Cuando yo tenía diecinueve años, en Sicilia, me enseñó donde vivía Pirandello, pero sin la pedantería empalagoso de la persona muy culta. Como de pasada. Fuimos a Roma, a Split, pero lo importante entonces eran sobre todo los viajes interiores que hicimos. Vivíamos en un sitio perdido en el campo, con mucha sencillez. Por las noches la nieve caía encima de nuestra cama. Sentíamos esta predilección por la sencillez. Las vacas pastaban junto al dormitorio, tocando a donde vivíamos, donde tomábamos la sopa rodeados de libros. 

-¿Usted está conforme con su vida de escritor? 

- Bueno, uno siempre anhela mejorar escribiendo, sino sería para volverse loco. Es un fenómeno que aparece con la edad. Las composiciones deberían irse volviendo más rigurosas. Yo siempre he tratado de mejorar progresando. Partir del último paso para dar el siguiente. Evidentemente, los temas son siempre los mismos, claro está. Cada uno sólo tiene su propio tema, y se mueve dentro de él. Y entonces se hacen las cosas bien. Siempre se tienen muchas ideas: hacerse monje, ferroviario, o leñador, quizá. Pertenecer a la gente muy sencilla. Lo que evidentemente es un error, porque uno no pertenece a ella. Cuando uno es como yo, no puede convertirse en monje o en ferroviario, claro está. Siempre he sido un solitario. A pesar de este fuertísimo lazo siempre he estado solo. Al principio, claro, aún creía que tenía que ir a los sitios y participar. Pero por lo menos desde hace un cuarto de siglo apenas me relaciono con otros escritores. 

-Uno de sus temas principales es la música. ¿Qué significa para usted? 

-Estudié música cuando era joven. Me ha perseguido desde la infancia. Aunque siempre me ha gustado, la música ha sido como una caza y un acoso para mí. Sólo estudiaba para poder estar con gente de mi edad. Probablemente esta necesidad era la consecuencia de mi relación con esta persona mucho mayor que yo. He jugado, cantado, hecho teatro con mis colegas del Mozarteum. Después la música se volvió imposible debido a motivos puramente físicos. Sólo se puede hacer música cuando se está permanentemente con más gente. Como precisamente era esto lo que yo no quería, el problema se resolvió por sí solo. 

-Sus ataques, principalmente contra el Estado y contra la Iglesia, son a menudo muy fuertes. En Extinción (Auslóschung) describe usted el catolicismo como «lo que destruye el alma del niño, lo que le asusta, lo que anega su carácter». Para usted, su país, Austria se ha convertido en «un negocio sin escrúpulos donde sólo se comercia con todo y donde todos estafan a todos por todo». ¿ Escribe usted desde una posición de odio universal? 

-Yo amo a Austria. Esto no se puede negar. Pero la estructura del Estado y de la Iglesia es tan horrible que sólo se puede odiarla. 

Soy de la opinión que todos los países y todas las religiones, a la que se los conoce de cerca, son igual de horribles. Con el tiempo se descubre que la estructura es en todas partes la misma, tanto en las dictaduras como en las democracias; en el fondo, para el individuo son igual de horribles. Por lo menos vistas de cerca. Pero más vale no dejarse llevar y no proclamar este tipo de cosas, para que no me echen los perros. 

-¿Para usted no es importante el reconocimiento, como escritor y como ser humano en su propia patria? 

- El hombre, desde el principio, está sediento de amor por naturaleza. Sediento del cariño, del don que el mundo tiene por ofrecer. Cuando a uno le privan de esto, por mucho que repita mil veces que es un ser frío, que nada ve ni nada oye, le golpea con toda dureza. Pero esto es así, es inevitable. Cuando se dan voces en el bosque, el eco las devuelve. Cuando se conoce el bosque, también se conoce el eco. En el fondo, también se está enamorado del odio y del desdén. 

-¿Es quizá por esta razón que de entrada, en sus libros, empieza usted por hacer tabla rasa? Da la impresión de un ajuste de cuentas algo brutal con determinadas personas. ¿Recibe usted las reacciones consecuentes ? 

-Sí. A veces se vuelve casi insoportable. Ayer, cuando estaba en la ciudad, una mujer se me echó literalmente encima. Se puso a gritar: «Si sigue usted por este camino reventará». Se está indefenso ante este tipo de cosas. O, por ejemplo, está uno tranquilamente sentado en un banco en el parque, y recibe de repente un golpe por la espalda. Aún no has tenido tiempo de reaccionar y apenas alcanzas a oír cómo alguien grita: «Muy bien, siga por este camino. » Uno mismo provoca estos incidentes. Lo que pasa, es que no se contaba con ello. Apenas puedo seguir viviendo en Ohlsdorf, mi lugar de residencia. Los atropellos por todas partes se me hacen insoportables. Por lo demás, las alabanzas son tan siniestras, falsas, hipócritas y egoistas como los insultos. Se da el caso, que la gente, si no abro en seguida la puerta, se enfada y me rompe los cristales. Primero llaman, después pican, después gritan, y acaban rompiéndome las ventanas. Después se oye el rugido de un motor que se aleja. Porque fui lo suficientemente estúpido, hace veintidós años, de dar mi dirección, ahora ya no puedo seguir viviendo en Ohlsdorf. La gente se sube al muro que rodea mi casa. Cuando por la mañana bajo hasta el portal, ya hay gente encaramada. Dicen que quiere hablar conmigo. O, los fines de semana, la gente va a ver al escritor, como antes iban al parque a ver los monos. Esto es más divertido. Se acercan hasta Ohlsdorf y asedian mi casa. Yo los observo escondido detrás de las cortinas como un preso o como un loco. Insoportable. Desde hace doce años ya no doy más, conferencias. Ya no me siento capaz de sentarme y ponerme a leer mis cosas. Tampoco soporto a la gente que aplaude. El aplauso es la recompensa del actor. Vive de ello. Yo, por mi parte, prefiero las transferencias de mi editorial. Pero las marchas, los desfiles y la gente que aplaude en los teatros o en los conciertos me son insoportables. Las calamidades siempre las provoca la masa enfervorizado que aplaude. Todos los horrores provienen de los aplausos. 

-Usted ha dicho, en Extinción que uno debería dejarse erigir en viejo bufón a los cuarenta. ¿Por qué? 

-Este método es el único que permite soportarlo todo. Usted me ha preguntado por la imagen que tengo de mí. Sólo puedo decir lo siguiente: la del bufón. Entonces funciona. La imagen del bufón, del viejo bufón. Un bufón joven carece de interés, ni siquiera se le reconoce como bufón. 

-¿Fue para usted la escritura, sobre todo en sus libros primerizos como El Aliento o El Frío , también un medio de superar su enfermedad? 

-Mi abuelo era escritor. Hasta después de su muerte no me atreví a ponerme a escribir. Cuando yo tenía dieciocho años, se descubrió en el pueblo donde había nacido mi abuelo una placa en recuerdo suyo. Después de la ceremonia todos fueron al albergue de mi tía. Yo también estaba allí, y mi tía, dirigiéndose a unos periodistas que cubrían la información, dijo: «Allí está el nieto, que nunca será nada, aunque a lo mejor también sabe escribir». Entonces uno dijo: «Mándemelo el lunes». Así recibí el encargo de escribir sobre un campo de refugiados. Al día siguiente mi reportaje ya figuraba en el diario. No he vuelto a sentirme tan entusiasmado en mi vida. Es una sensación maravillosa: escribir algo que se imprime durante la noche, aunque sea mutilado y recortado. Pero en fin, ahí estaba. De Thomas Bernhard. ¡Sangre había sudado para escribirlo! Durante dos años escribí la crónica judicial, que me volvió a la memoria cuando me puse a escribir prosa. Un tesoro inestimable. Creo que de ahí surgen mis raíces. 

-¿Qué siente ahora, cuando críticos como Reich-Ranicki o Benjamín Henrichs escriben sobre usted con admiración? ¿También se siente entusiasmado? 

-Con las críticas no me he vuelto a entusiasmar más. Al principio, sí, porque me las creía; pero cuando se llevan treinta años viendo estos cambios de valoración, estas devoluciones de favores con intereses, uno acaba descubriendo los mecanismos. Uno manda a su criado y le dice: «Ahora quiero que me hagas una crítica negativa». Así funciona. 

-¿Le molestan las críticas feroces? 

-Sí, hoy en día todavía sigo cayendo en todas las trampas. Los periódicos siempre me han fascinado, desde mi juventud hasta hoy. Apenas puedo soportar un día sin periódicos. Al cabo del tiempo se acaba conociendo a la gente en las redacciones. A lo mejor no los he visto en mi vida, pero sé cuáles son los entresijos de un teatro, el trasfondo de una redacción, conozco a los editores, a los lectores, los negocios. El espíritu siempre se pierde por el camino, el sabor también se queda en el camino, y la poesía. Por encima pasan los ejércitos de redactores y críticos. Pasan por encima de los cadáveres de todos los que hacen algo creativo. Volvemos a topar con algo fascinante: me hiere, pero ya no me molesta en mi trabajo. 

-En una conferencia usted dijo: «Nada tenemos que decir, excepto que somos miserables». ¿Escribe usted para dejar constancia de sus derrotas? 

-No. Todo lo que hago, lo hago sólo para mí. Todo el mundo lo hace todo sólo para sí, tanto el funámbulo, como el panadero, o el revisor de tren, o el acróbata del aire. Con la salvedad de que en las acrobacias aéreas, durante el espectáculo, el público mira al cielo, y, mientras el aeroplano está volando la gente ya espera que se estrelle. Con los escritores pasa lo mismo, con una diferencia importante: mientras el aviador sólo se estrella una vez, en cuyo caso suele matarse o quedar muy mal parado, el escritor también suele salir muerto o mal parado-, pero siempre resucita. Siempre vuelve a dar el espectáculo. Y cuando más viejo se hace, más alto vuelta, hasta que un día se le pierde de vista. Entonces la gente se pregunta: ¡Qué raro! ¿Cómo es que no se ha vuelto a estrellar? 

Yo gozo escribiendo, lo que no es nada nuevo. Escribir es el único lazo que todavía me ata. Claro que la cuerda está algo deshilachada. Pero en fin, así es. Nadie es eterno. Pero mientras dure mi vida, viviré escribiendo. La escritura es mi existencia. Hay meses, o años, en los que no puedo escribir. Es horrible. Pero en algún momento siempre vuelve, y entonces algo se fragua. Este ritmo es terrorífico y extraordinario a la vez: es algo que los demás probablemente no conocen. 

-En sus libros, salvo contadas excepciones, no da usted una imagen muy favorable de la mujer. ¿Es un fiel reflejo de su experiencia personal? 

-Sólo puede decir que, desde hace un cuarto de siglo, me relaciono exclusivamente con mujeres. No soporto a los hombres, ni las conversaciones de hombres. Me vuelven loco. Los hombres siempre hablan de lo mismo: de su profesión o de mujeres. Es imposible escuchar algo original en boca de los hombres. Las reuniones de hombres me son insoportables. Prefiero la cháchara de las mujeres. Para mí, las únicas relaciones provechosas han sido con mujeres. Después de mi abuelo, lo he aprendido todo con las mujeres. No creo haber aprendido nada de los hombres. Los hombres siempre me han puesto de mal humor. Curioso. Después de mi abuelo, se acabó, ni un hombre más. Siempre he buscado protección y salvación entre las mujeres, que también se han mostrado superiores a mí en muchas cosas. Y además saben dejarme en paz. Yo puedo trabajar rodeado de mujeres. En cambio, sería totalmente incapaz de producir nada en un entorno de hombres. 

-Tras la muerte de la compañera de su vida, ¿existe alguien de quien usted no puede prescindir? 

-No, podría rodearme de cientos de personas, bailar en mil bodas, pero no imagino nada peor. Hace poco soñé que el ser que perdí, volvía. Yo le dije: «el tiempo que no has estado aquí ha sido el más horríble». Como si sólo hubiese sido un intermedio y los muertos ahora siguieran viviendo conmigo. Fue algo tan fuerte, irrepetible. Ya no es posible. Ahora me sitúo en el punto de vista del espectador, en un ángulo muy cerrado desde donde observo el mundo. Punto. 

-¿Cree usted en la posibilidad de otra forma de existencia tras la muerte? 

-No. Gracias a Dios no. La vida es maravillosa, pero lo más maravilloso es pensar que tiene fin. Este es el mejor consuelo que me guardo en la manga. Pero tengo muchas ganas de vivir. Siempre las he tenido, salvo en los momentos en que he acariciado la idea del suicidio. Me ocurrió a los diecinueve años, otra vez a los veintiséis con muchas fuerza, y otra más a los cuarenta. Ahora, sin embargo, tengo ganas de vivir. Cuando se ha visto a alguien que se está muriendo, agarrarse con todas sus fuerzas a la vida, se comprende esto. 

Lo más extraordinario que me ha ocurrido en mi vida es sostener la mano de este ser en mi mano, notar su pulso, notar que late más despacio, notar otro latido más lento aún, y se acabó. Es tan increíble. Cuando todavía retienes su mano entre las tuyas, entra el enfermero con la etiqueta numerada para el cadáver. La enfermera le vuelve a echar, diciendo: «Vuelva un poco más tarde». En seguida te vuelves a enfrentar a la vida. Uno se levanta sin hacer ruido, recoge las cosas; entre tanto vuelve ya el enfermero y pone la etiqueta numerada en el dedo gordo del pie del cadáver. Acabas de vaciar el cajoncito de la mesita de noche, y la enfermera dice: «También tiene que llevarse el yogurt». Fuera croan los cuervos. Como en una obra de teatro. 

Entonces aparece la mala conciencia. Los muertos le dejan a uno con un inmenso sentimiento de culpa. 

Me siento incapaz de volver a los sitios donde estuve con ella, donde escribí mis libros. Yo he escrito todos mis libros en lugares diferentes: en Viena, en Bruselas, en cualquier lugar de Yugoslavia, en Polonia. En sentido estricto, tampoco he tenido nunca mesa de escribir. Si se me daba escribir, me daba lo mismo donde lo hacía. Incluso he escrito sumido en el máximo ruido. Nada me molestaba. Ni el ruido de una grúa, ni los gritos de la multitud, ni los chirridos de un tranvía, ni una lavandería o un matadero debajo de mi piso. Siempre me ha gustado trabajar en países donde no entiendo el idioma. Es un estímulo increíble. 

Sentirme perfectamente en mi casa en medio de la extrañeza más absoluta. Para mí lo ideal era alojarnos en un hotel; y mientras mi amiga paseaba durante horas, yo podía trabajar. A menudo, sólo nos veíamos durante las comidas. Verme dispuesto a trabajar la llenaba de felicidad. Nos quedábamos con frecuencia cinco meses, o más, en un país. Eran los momentos culminantes. Muchas veces, cuando se escribe, se tiene una sensación maravillosamente bella. Si además se puede compartir con alguien que sabe apreciarla y que sabe dejarle a uno en paz, es perfecto. Nunca he tenido mejor crítico que ella. Nada que ver con las tonterías de la crítica oficial que no profundiza. Esta mujer sacaba siempre una crítica fuerte, positiva, que me era útil. Ella me conocía a fondo. Con todos mis errores. Lo echo de menos. 

Me sigue gustando estar en nuestra vivienda de Viena. Allí me encuentro protegido, probablemente porque vivimos allí muchos años juntos. Es el único nido que queda de toda nuestra vida en común. El cementerio tampoco está lejos. 

Es una gran ventaja haber vivido esto una vez en la vida. Las cosas después ya no te afectan. Dejas de interesarse por el éxito o por el fracaso, por el teatro o por los directores, por los redactores o por los críticos. En realidad a uno ya no le importa nada. Lo único, es tener todavía dinero en el banco para poder seguir viviendo. Por lo demás mi ambición ya no era lo que había sido, pero con su muerte también se acabó. Nada te conmueve. Sigues disfrutando con los filósofos antiguos, con algunos aforismos. Es parecido a refugiarse en la música: durante unas pocas horas se puede llegar a tener un excelente humor. Todavía tengo algunos planes: antes tenía cuatro o cinco, ahora sólo me quedan dos o tres. Pero no son imprescindibles. Ni yo, ni el mundo los estamos reclamando. Si tengo ganas todavía haré algo, si no las tengo, o me faltan las fuerzas, pues se acabó. Qué más da lo que yo escriba; en resumidas cuentas siempre son catástrofes. Esto es lo deprimente del destino del escritor: nunca consigues trasladar al folio lo que has pensado o imaginado; la mayoría se pierde durante el traslado. Lo que llegas a plasmar no es más que un pálido y ridículo reflejo de lo que habías imaginado. Esto es lo que más deprime a un autor como yo. En el fondo no puedes comunicarte. Todavía no lo ha conseguido nadie. En alemán mucho menos; es una lengua envarada y torpe, en el fondo horrible. Es una lengua espantosa que mata todo lo que es ligero y maravilloso. Lo único que se puede hacer, es sublimarla con el ritmo, confiriéndole musicalidad. Lo que escribo nunca corresponde a lo que he imaginado. Los libros deprimen menos, porque uno se imagina que el lector pone más fantasía y a lo mejor consigue que el texto cobre vida. En cambio en el escenario, en el teatro, lo único que se levanta es el telón. Sólo quedan los actores que, durante meses y meses, han sufrido hasta la noche del estreno. Ellos deberían representar a los personajes que uno ha imaginado. Pero no lo consiguen. Estos personajes que en mi mente todo lo podían, de repente se componen de carne, huesos y agua. Son torpes. Yo había concebido la obra como algo grandioso, poético; pero los actores no son más que unos intérpretes profesionales, unos traductores. Una traducción poco tiene que ver con el original. Por la misma regla de tres, la representación de una obra en el escenario, poco tiene que ver con lo que pasó por la cabeza del autor. Las tablas, que, dicen, son una representación del mundo, para mí, sólo han sido eso, tablas; unas tablas que me lo han detrozado todo. El teatro todo lo pisotea. Siempre es una catástrofe. 

-Sin embargo usted sigue escribiendo, tanto libros como obras dramáticas. ¿De catástrofe en catástrofe? 

-Sí.




25 mayo, 2009

PERIODICO Nº 34 de SOCIALISMO LIBERTARIO: Unirse contra la violencia y prepotencia patriarcal. Luchar por conquistar la libertad.


Unirse contra la violencia y prepotencia patriarcal.
Luchar por conquistar la libertad
 

Las mujeres somos siempre objeto de discusión y cuestionamiento por parte de los Estados, las instituciones, las iglesias de cualquier credo, pero más aún la católica que en este país es preponderante. Y somos incómodas porque la búsqueda de la libertad, la afirmación, la autodeterminación que se expresa en las más pequeñas cuestiones de la cotidianidad y de las relaciones humanas por parte de las mujeres representa un peligro al orden establecido, a las lógicas que imperan, es decir, al patriarcado, que aun estando en crisis gracias a la lucha de millones de mujeres en el mundo, de la larga revolución feminista, existe y conforma el poder. La iracunda respuesta aparentemente al anteproyecto de ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo, por parte de la Iglesia, la derecha, las asociaciones antielección de la mujer (los que se mal llaman pro-vida) y muchos sectores de la sociedad, también de lo más rancio de las mujeres, aun siendo, por lo que sabemos una escuálida concesión estatal, que llega tarde y recortada (pero tendremos ocasión de volver en otro momento sobre ella), es en realidad una oportunidad para todos estos sectores de oponerse a cualquier atisbo de libertad de las mujeres sobre su cuerpo. No es casual que tampoco les guste la libertad de expender la píldora postcoital, o incluso el uso del preservativo siguiendo las instrucciones del gran patriarca Benedicto XVI. Es un grado de violencia, de prepotencia patriarcal que comparte lógica con las respuestas más extremas: la violencia física y psicológica, y el asesinato. 

La violencia y los asesinatos a las mujeres, y cada vez más a los niños y niñas, no son el ataque a los y las más débiles como puede desprenderse de discursos de especialistas y políticos. Es la expresión extrema, terrible, de muchos hombres –demasiados para pensar que es una locura– ante la pérdida de control y poder negativo hacia otras personas. No es casual que las agresiones y asesinatos lleguen, como nos demuestran cada vez más las asociaciones de mujeres y las estadísticas, cuando las mujeres: madres, novias, amigas, etc., se liberan y rompen el cerco que las aprisionaba. Sabemos además que muchas mujeres –una de cada siete– sufren maltrato y que se necesitan años para darse cuenta, para liberarse del maltrato psicológico. Millones de mujeres desaparecen cada año en el mundo. Muertas, vendidas, prostituidas. Aunque hay situaciones terribles como Ciudad Juárez por cantidad y permanencia, es una tónica en todos los lugares del mundo independientemente del grado de “progreso” de los países. Por poner un ejemplo, en EE.UU. las agresiones, violaciones y asesinatos se contabilizan por segundos, ante la abrumadora estadística. Todas hemos presenciado o sufrido alguna vez la prepotencia patriarcal. A veces es tan sutil como una falta de respeto, un empujón, un grito, un amago de bofetada, un comentario machista sobre una amiga que no hemos contestado, y podríamos continuar en un sinfín de ejemplos. Pero no pueden ser el punto de partida para responder de fondo a la lacra en las relaciones humanas que implica el poder patriarcal. Es importante saberlo, pero lo es más saber que se puede afrontar luchando, afirmándose, liberándose, y que haciéndolo arremetemos contra una lacra que repercute en toda la humanidad, no sólo en las mujeres. Los hombres más honestos y humildes pueden relacionarse con esta situación sabiendo que son parte de un género acostumbrado a maltratar a la mitad de la humanidad para impedir un poder más benéfico, y que no se resuelve autodenominándose “feministas” o absteniéndose de esta discusión. 

Y las mujeres deberíamos profundizar nuestra respuesta y comenzar una labor que tejiese nuevas solidaridades, respuestas, y reflexión para no caer en la coyuntura que nos hace responder a saltos. Sería importante aunar esfuerzos y creatividades, cotidianamente, continuamente. Afirmar nuestra libertad, arrancarla de quienes nos la roba, es imprescindible también para seguir denunciando y golpeando al patriarcado. Es importante además, identificar siempre lo que está en juego. Por ejemplo, el debate enmarañado de la futura ley del aborto y su oposición no es un asunto político cualquiera, aunque evidentemente sea en estos estamentos donde se está jugando nuestro libre albedrío. Exigir al Estado y el gobierno despenalizar el aborto, porque por el momento –y parece que también con la nueva ley en proyecto– es un delito, no significa dar carta blanca y confundir nuestras responsabilidades. La libertad no puede otorgarse, debe conquistarse, con conciencia, con lucha, con unidad.

17 de mayo 2009
Anabel Cubero

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11 mayo, 2009

"HOLOCAUSTO", una serie que estremeció al mundo.



El diario El Mundo está comercializando con sus ediciones de los miércoles, jueves y viernes la controvertida serie Holocausto, que a finales de la década de los 70 produjo un gran revuelo en todos los países donde se emitió.

En esta obra se escenifica uno de los más mostruosos crímenes de la historia: el asesinato de seis millones de judíos por los nazis. Fue filmada en escenarios naturales de Berlín, Viena y de otras localidades europeas. El rodaje duró cinco meses (de julio a noviembre de 1977). Fue dirigida por Marvin Chomsky y en el reparto destaca la presencia de Meryl Streep y James Woods. Holocausto recibió numerosos premios, entre ellos ocho premios EMMY.

La historia refleja las actividades más importantes de la decáda que va desde 1935 hasta 1945, es decir, desde la aprobación de las leyes antisemitas de Nuremberg hasta la liberación de Auschwitz. A través de los ojos de dos familias (la Weiss y la Dorf) se muestran los acontecimientos cruciales de la resistencia judía, los terribles sucesos que acontecieron en varios campos de concentración (Auschwitz, Sobibor y Theresienstadt), escenas de diabólicos planes y de asesinatos de masas. Estas imágenes están basadas en documentos reales.

No sólo muestra el levantamiento del «ghetto» de Varsovia, sino también de sucesos menos conocidos, como las brigadas partisanas en Rusia y la rebelión de los prisioneros de Sobibor.

«Con esta serie -manifestó el novelista estadounidense, y guionista de la serie, Gerald Green- queremos honrar no sólo a los millones de víctimas inocentes, sino también a los supervivientes y a todos aquellos valientes judíos que se negaron a sucumbir sin luchar».

El resultado es estremecedor, aun a más de treinta años de su realización.

Como ejemplo de lo que supuso esta serie en el momento de su estreno, una crónica del diario El País, del 30 de enero de 1979, sobre el revuelo levantado en la entonces República Federal Alemana tras el estreno de esta excepcional serie.

 La serie de televisión "Holocausto" provoca en la RFA un debate nacional sobre el nazismo

JULIO SIERRA - Bonn - 30/01/1979

Catorce millones de alemanes, por término medio, han seguido durante cuatro días la transmisión televisada de la serie norteamericana Holocausto. A lo largo de los cuatro días programados, más un día intrmedio de descanso, más de 30.000 alemanes han hecho llegar por teléfono sus impresiones sobre esta serie y sus recuerdos del periodo nazi. El número de cartas y telegramas ha sido aún muy superior, tanto que la dirección del tercer canal de la televisión alemana ha decidido mantener la central de recepción de llamadas y comunicaciones postales durante un día más. El enorme interés despertado por la serie ha movido al tiempo a emisoras de radio, como la Bayerisch Rundfunk, a dedicar este fin de semana nuevos espacios de discusión. La tensión a que durante cuatro días se ha visto sometida la sociedad alemana ha tenido múltiples manifestaciones: apenas concluyó, a primera hora de la madrugada de ayer, la emisión del cuarto capítulo de Holocausto (término que los alemanes han preferido traducir como Catástrofe, en lugar de Inmolación por el fuego, según su origen griego), un hombre de 38 años trató de matarse ante la central de la televisión que emitió la serie, en Colonia, al grito: «¡No se ha perseguido consecuentemente a los nazis! »Respecto a la temática de las comunicaciones de los televidentes y del coloquio de expertos llevado a cabo cada día tras cada capítulo, en las prinieras han dominado dos posiciones: «No sabíamos nada de todo aquello», confesión de la mayor parte de los alemanes, y «Esta película sólo pretende difamar al pueblo alemán». El control de llamadas apenas ha registrado manifestaciones de antiguos miembros de las SS y demás grupos paramilitares nazis. En la primera noche de programación, grupos neonazis dinamitaron dos repetidores de televisión.

En cuanto a los diferentes equipos de expertos que analizaron cada noche el correspondiente capítulo y la problemática que planteaba, se procuró que estuviesen integrados por antiguos prisioneros de campo. de exterminio, judíos en todos los casos de los expertos seleccionados, y por historiadores y politólogos lo más néutros posible. Faltaron, sin embargo, los autores de best-sellers discutidos, como Hitler, una carrera e Historia de los alemanes, libro este criticado negativamente en el coloquio por la tesis que defiende respecto de los campos de concentración. Aparte pequeños errores históricos, telespectadores y expertos han coincidido unánimemente en valorar Holocausto como un reflejo muy aproximado de lo ocurrido con los judíos durante el nazismo. Una historiadora hebrea, ex prisionera en Auschwitz, Reante Harprecht, insistió en que la realidad fue mucho más trágica.

En cuanto a la visión que reflejaron los comunicantes espontáneos, al final del último coloquio, parte de los expertos insistió en lamentar que no se había llegado al fondo del problema y que la mayor parte de las llamadas telefónicas se limitaban a buscar culpables e inocentes, pero no causas. Una pregunta clave, sobre quién y qué empresa de Hamburgo fabricó el Ciclón B, empleado en las cámaras de gas como medio eficaz de exterminio, recibió una respuesta concisa, marginando plenamente la realidad de fondo: el papel de los grandes consorcios alemanes que financiaron el establecimiento de la dictadura nazi. Tan sólo dos historiadores hicieron hincapié en que el origen del terror nazi debe buscarse en las «leyes de Nuremberg» y en la campaña de erradicación y aislamiento de judíos, gitanos, comunistas, socialdemócratas y cristianos militantes, y que la situación especialmente difícil de estos grupos era notoria a todo el pueblo alemán.

En este sentido se analizaron las últimas palabras que se pronuncian en la serie Holocausto. Un personaje secundario concluye: «He visto y no he hecho nada en contra de lo que vi.» Igualmente discutida fue la posición de quienes trataron de salvar la reputación de las SS, segregando de ella a los «comandos de fusilamiento». Para un analista, 15.000 vigilantes en los campos de exterminio son muchos como para pensar que no trascendió hasta el final el verdadero cometido de estos lugares. Otro punto de vista que no pareció imponerse fue el de un experto que trató de convencer de que el antisemitismo alemán no revistió caracteres particularizantes distintos a los del resto de Europa.

Un interlocutor añadió que no existe parangón alguno en ningún otro país de las «leyes de Nuremberg» y de su aplicación posterior. Para el historiador hebreo Jehuda Bauer, «es demasiado fácil culpar a los políticos, salvando a los demás».

Incluso Holocausto parece incurrir en esta postura. Según el profesor Bauer, los jefes de las SS dan la impresión de obedecer órdenes, sin mucho convencimiento de que la «solución final» fuese un método adecuado.

Holocausto ha dejado al descubierto en la República Federal de Alemania todo un proceso psicológico que ahora puede recibir un tratamiento adecuado, si se prosigue el análisis sereno de las causas del nazismo, un régimen que, al fin y al cabo, se impuso con los votos del pueblo alemán y que fue derribado por las armas aliadas. Esta conclusión ha sido unánime, entre televidentes y peritos. Sin embargo, no todos los políticos alemanes actuales han parecido comprenderlo. Durante el debate parlamentario de la pasada semana, mientras los socialdemócratas y liberales han apoyado la iniciativa que ha representado la operación Holocausto, el jefe democristiano, Helmut Kohl, dijo que este serial va a contribuir a enfrentar a los nietos con los abuelos. Sé cumplan o no los temores del líder conservador, lo cierto es que, a pesar de la hora elegida para la transmisión de Holocausto -a las nueve de la noche-, el 70% de los alemanes mayores de dieciséis años ha seguido fielmente la programación y el largo coloquio que cada día terminó hacia la una de la madrugada.



Para verla sin problemas, y cuando uno quiera, la encontrareis en este enlace:

http://espoiler.tv/series/holocaust/

03 mayo, 2009

Sobre Pérez Reverte.

He encontrado esta joya en La Fiera Literaria. Está escrito por M. Asensio Moreno. Para disfrutar del muy saludable ejercicio de poner en su sitio a los engreidos, prepotentes, desconocedores absolutos de una mínima noción de modestia, ceporros que se creen con autoridad para vomitar sus exabruptos y creer que no van a recibir respuesta. Pérez es, a mi juicio, uno de estos especímenes, además de un nefasto escritor -si es que así lo podemos calificar-. A disfrutar.

Pérez Reverte, un cateto envanecido

Una entrañable suscriptora, profesora de literatura y bibliotecaria, nos envía un artículo de Arturo Pérez Reverte, acompañado de la siguiente carta:

«Queridos fieras: entre los numerosos mensajes que me encuentro a mi regreso de Praga (ciudad encantadora que ha superado todas mis expectativas, y donde se palpa en cada piedra la cultura europea de un pueblo que supo estar a la altura del progreso sin tropezar con la misma piedra con la que tropiezan los incultos, es decir, sin violencia, con una revolución-evolución progresista llamada de "terciopelo"), me encuentro con este texto de Pérez Reverte que no tiene "desperdicio". No sólo se palpa en él su mala redacción, algo por desgracia muy habitual desde que los "periodistas" se han vuelto "escritores", a diferencia de los verdaderos escritores que se ganaban el pan ejerciendo como periodistas más o menos eventualmente, sino también su ignorancia. Os lo brindo para " La Fiera ", un descargue más contra el "reportero audaz", escritor de medio pelo. ¡Qué os voy a contar que ya no sepáis!

 Un fuerte abrazo de vuestra amiga "forever", M. P.»

El artículo se titula Aragón también existe y, desde el principio hasta el fin, expele ese patriotismo testicular que Pérez escupe de forma tan desagradable, entre insultos y descalificaciones de todo el que no está de acuerdo con él ni le alaba. En este artículo, los historiadores que no tienen en cuenta sus análisis de nacionalista experto, son tratados de “timadores y mangantes” que escriben desde “la ignorancia, la manipulación y la mala fe”, además de “mierdecillas, vendidos, mentecatos e interesados”, “asfixiados por la perra política, oportunistas, manipuladores y mercachifles”, que han convertido a España “en una piltrafa y en una casa de putas insolidaria y estulta”. ¡Válgame Dios y su divina Madre en su advocación de la Bien Aparecida ! Menos mal que no soy historiador. Encontrándome, como me encuentro, en horas bajas, no sé lo que hubiera podido pasarme. Pérez no conoce otra manera de expresarse, únicamente la chulesca, a la que le ha llevado el engreimiento propiciado por unos ignorantes, que lo han considerado escritor y hasta le han dedicado congresos y llevado a la Academia. La Españeta es así y, los españetoles, dignos hijos de su madre. Conservo un recorte con una entrevista a Pérez, en que éste Alatriste, convertido en Alalegre desde que lo embalsamaron en la Universidad de Murcia, ruega a una periodista –por dos veces-- que no le toque los cojones, y eso después de llamarla tonta y ella aceptarlo con una sonrisa, porque Pérez toca, pero él es, en opinión de de sus devotos, intocable.

No es de extrañar que cuando algún inepto o inepta se le acerca genuflexo y babeante, se le hinche el ego, se le haga el culo naranjada y la emprenda a su mal estilo con quien ese día no le haya dicho lo machote que es. Como ocurrió con el agudo crítico independiente Rafael Reig, que osó referirse a su (de Pérez) “patriotismo testicular”, que es evidente. El Gran Capitán le concedió, vía la reverente Nuria Azancot, en El Cultural del 25-1-2007, los nombramientos de “cantamañanas”, “novelista frustrado” y “perpetrador de bajezas semanales para ganarse el pan”. Esta última y repulsivamente clasista frase, propia de un señorito, hace pensar que lo que Pérez se gana es, por lo menos, el jamón de pata negra y el caviar, que adquirirá al por mayor, como buen nuevo rico. Con su mentalidad de tal, a continuación esgrime sus principales argumentos, de los que hasta su tía Encarnación está hasta las bambalinas: los muchos lectores que tiene, los muchos libros que vende y el dineral que gana.

Hoy me siento generoso y voy a descender hasta el nivel mental de este capullo. ¿Quiénes son sus lectores, Alatriste? ¿A quién le vende usted los libros? ¡A los analfabetos que se guían por Babelia, El Cultural y el ABC de las Letras, y que son incapaces de comprender la auténtica literatura! A los nietos y biznietos de los habitantes de aquella España zaragatera y triste de que habló Machado. A quienes ignoran el salto que, desde el punto de vista de la estética literaria y el pensamiento, dio la novela en el siglo XX.

Por otra parte, ¿qué es para usted “un novelista frustrado”? En la línea de pensamiento en que me vengo moviendo, hasta usted debería comprender que para mí lo es, por ejemplo, uno que quisiera ser novelista a principios del siglo XXI y lo hiciera imitando a los entreguistas de hace dos siglos, sino que sin la frescura y autenticidad que ellos poseían, porque lo eran auténticamente y en su momento.

Atienda, le voy a explicar (lo hago por su bien, a ver si se cura de esa chulería tan pedestre y que tan incómoda tiene que ser para sus allegados): en cualquier arte -y la novela, después de Joyce, Proust, Woolf, Faulkner, Kafka, Musil, Svevo, Mann, Hesse, Pavese, Pratolini, Kazantzaki, Dos Passos, Fitgerald, etc., Rojas, Ferreras, Bosch, Risco, Cabot, Acquaroni, Torrente, Cunqueiro, etc. lo es- el primer mandamiento es no hacer lo que ya se ha hecho. Los pastiches como los suyos siempre han merecido la repulsa de quienes aman la literatura y aprecian, por tanto, la literariedad. Porque usted, no se engañe, no hace novelas históricas, en el sentido estético e historiográfico de la expresión. Sus obras no se alinean con Los idus de marzo, Memorias de Adriano, Dios ha nacido en el exilio, La muerte de Virgilio, Todos los hombres son mortales , etc., en las que sus autores, como en obras dramáticas como Calígula, parten de un suceso o un personaje histórico para especular sobre la realidad del mundo, los sentimientos y los valores. Usted cuenta historietas de capa y espada, de piratas y de navegantes –un subgénero--, a imitación de las de Alejandro Dumas, Fernández y González y otros autores del XIX, para satisfacer paladares poco finos, para colmo estragados por los críticos y, parece mentira, los profesores de literatura. De crónica retrospectiva –plúmbea por lo excesivamente documentada y libresca-- se puede titular lo que usted hace.

Y es que, casi lo he dicho, unos cuantos críticos literarios españoles –más o menos todos, para ser preciso-, para quienes me bastaría emplear los calificativos de ignorantes, incompetentes, vendidos a la industria cultural y pelotas congénitos-- han hecho creer a Pérez que es lo que no es ni será nunca: un escritor, un novelista y, para mayor infamia –José Belmonte, Juan Marsé, Pozuelo Yvancos, Sanz Villanueva, Ayala Dip, Conte, Darío Villanueva, García Posada, Juristo, García Jambrina, Basanta, Mainer, etc.- renovador del género narrativo. -¡Renovador! Es para darse de baja-- y Pérez ha confundido marketing con valores y se ha puesto gallito, como un murciano o un mexicano borracho. Insisto: son esos críticos y profesores los culpables de que un don nadie, literariamente hablando, se pasee por el mercado de la novela –mercado, sí, no parnaso ni museo-, como si fuera, en lugar de un epígono de los braceros de la pluma más obsoletos, el director de la orquesta y el descubridor de algo.

Que Pérez escriba, en el arranque del siglo XXI, novelas decimonónicas –y malas-- y desprecie, como desprecia, la gran novela del XX –la novela de ideas, la novela de valores estéticos, la novela con mensaje, la novela comprometida, en fin, aquella mediante la cual los novelistas expresaban una concepción del mundo y una teoría literaria-- es cosa para tenerle lástima, aunque no para condenarlo a galeras. Pero que unos críticos, que además son profesores universitarios, lo entronicen por ello, lo nombren académico y digan de él que es un genio, es para descalificarlos de por vida. Se ha llegado a decir, como apunté hace unas líneas, por boca y pluma de Juan Marsé -un novelista rudo e igualmente sobrevalorado, aunque mucho mejor narrador que Pérez--, de José Belmonte, de Darío Villanueva, de Mainer, de Conte y de todos los demás antes nombrados, que el espadachín literario ¡ha renovado el género novelístico! Sería como el restaurante que pretendiera “renovar” la cocina ofreciendo en su carta duelos y quebrantos. Pero hoy no voy a por los críticos, tiempo habrá, sino a por Pérez y al hecho de que se lo haya creído y se haya convertido en ese jactancioso insoportable que, vestido de d'Artagnan, pontifica sobre el género literario más abarcador e interesante, casi diría que más intelectual, con “razonamientos” que sólo pueden surgir de la ignorancia y que sonrojarían hasta al gato con botas, su pariente.



Sólo por ser un epígono, un imitador, autor de resonantes pastiches, no puede ser Pérez renovador de nada, ni siquiera buen escritor. Ningún escritor de verdad, como se ha entendido su esencia desde Nietzsche hasta Maurice Nadeau, se avendría a transitar un camino más que trillado con el único fin de entretener a los descerebrados culturales y ganar fama y dinero. La novela es más, mucho más de lo que un ganapán quiosquero, con su pobre filosofía, puede imaginar. La novela es, como dijeron Gide, Sartre y Maurice Nadeau, y confirmarían Barthes, Moeller, Blanchot; Pavese, Julián Green, Colin Wilson, Albéres, Camus, Blanchot, Grenzmann, Abellio, Weidlé etc., etc., hasta Todorov –Baquero Goyanes, Benítez Claros, Alborg, entre nosotros-- una forma de conocimiento y de influir sobre el mundo. En los años gloriosos que van desde 1905 –el de la teoría especial de la relatividad-- hasta el emblemático 1968, la novela pasó “de ser la descripción enciclopédica del mundo o de las pasiones a la apropiación moral, poética, filosófica o metafísica de este mundo por un individuo privilegiado: el novelista”, de quien “más que su creación, es su visión personal lo que nos importa, la expresión original y verosímil que, a través de su obra, nos da del universo y de las relaciones que mantiene con él”. Debo añadir que, después del tiempo en que Nadeau escribía lo entrecomillado, la larga posguerra de la Segunda Guerra Mundial, la creación, la presencia de valores estéticos definitorios en la novela, pasaría a interesar también. Una auténtica tragedia cultural se puede considerar el hecho de que esa interesante trayectoria de la novela en los aspectos estéticos y de contenido fuese abruptamente cortada por la industria del libro, que hizo de éste, no un vehículo de difusión de ideas y de valores éticos y estéticos, sino un objeto de cambio. Nada tengo que objetar, por supuesto, a que alguien quiera volver y vuelva a la más primitiva expresión del género narrativo, la fábula, aunque sea tachonada de citas cultas que más bien le sientan como el vinagre a un merengue, pero nunca consideraría a ese alguien genio de la literatura o renovador.

En su ensoberbecimiento -comprensible, por lo dicho, en una mente superficial-, Pérez ha llegado a autodeclararse el salvador de la novela. Parece increíble, pero es cierto. En una entrevista con el inefable Juan Cruz, todoterreno de Prisa, quien, desde su reclinatorio, le iba poniendo las preguntas como dicen que le ponían las carambolas a –me parece- Fernando VII, proclama que su primera novela, El Club Dumas, representó un hito, “un desafío”. “Fui un pionero”, afirma modestamente, “porque en España [entonces] había que escribir como William Faulkner y todo lo que era contar historias estaba mal visto”. Esta chorrada memorable no la voy siquiera a comentar. Se refuta con una simple ojeada al catálogo de novelas publicadas en España desde la posguerra al inicio de la Era Pérez. Tal vez se refiera a Benet y a sus imitadores, pero éstos, con su intento serio y respetable -salvo en el caso de Javier Marías, un caso perdido--, por supuesto –al intento me refiero--, más respetable que el de resucitar las capas y las espadas, no caracterizan el momento (V. M. García Viñó: La novela española del siglo XX , Madrid, Endymión, 2004). Y si fuera éste su único error… Envalentonado por los vítores de Cruz, tira Pérez de su espada estilográfica y añade, a su estilo, que su primera novela no fue sólo un hito histórico y un desafío, “fue sobre todo una patada en los cojones a los que tenían secuestrada la literatura en ese momento”.

No todo hombre tiene la oportunidad de leer, en el curso de su vida, una majadería del máximo calibre, y yo me tengo que alegrar de ser contemporáneo de Pérez para haber podido gozar de esa experiencia. Pero, ¿sería él capaz de justificar lo que, a patadas como se ha visto, afirma? ¿Qué quiere decir? Que la literatura, ente incorpóreo, se encontraba aherrojada en una gruta inaccesible y llegó el conde de Pérezcristo y la liberó? En serio, ¿qué quiere decir con eso? ¿Sería él capaz de explicarlo? ¿Alguna fuerza maligna impedía a los escritores hacer literatura de verdad y él llegó, vio y, venciendo la maldición, la hizo? No es fácil entenderlo, salvo en lo que tiene de injustificada jactancia. Por otras cosas que le he leído a este bravucón, que no deja de suscitar cierta ternura compasiva, él ha llegado, envuelto por los cantos de sirena de una crítica sumisa ante las grandes editoriales, a estar profundamente convencido de la verdad de las chorradas que dice y dicen de él; fundamentalmente, de la necesidad de eliminar la novela que ellos, irónicamente, llaman seria , y propiciar la novela de entretenimiento, comercial, vacía tanto de valores estéticos como de ideas -y, cuidado, cuando hablo de valores estético-novelísticos no me refiero a la prosa, al estilo, sino a todos aquéllos que se centran en, y rodean, la composición--, partiendo de la creencia, falsa, de que la gran novela es aburrida. La gran novela es apasionante para la gente que piensa, para la gente culta en general, para quienes poseen algo más que superficie y suelen estar interesados en los “por qué” de las cosas. Gente muy peligrosa para los mandarines, porque la consigna de éstos es no dejar pensar. En este sentido, obras como las de Pérez sirven al injusto sistema que domina el mundo habitado por la sociedad del espectáculo, desde el momento en que, por una parte, contribuyen a ese espectáculo y, por otra, ocultan bajo su hojarasca los problemas. En ni una sola de las declaraciones –tan ufanas— que he leído de Pérez, deja éste de alardear de lo bien que se lo pasa escribiendo las, para mí, plúmbeas aventuras de sus capitanes. Me lo creo. Como también me creo que gana mucho dinero y tiene muchos lectores. Pero yo sé bien –he estudiado el tema—que ningún auténtico creador –novelista, poeta, pintor- se divierte creando. Las grandes obras se han alumbrado siempre con dolores de parto. Ninguna de las novelas de Pérez es grande.

 
M. Asensio Moreno

02 mayo, 2009

Juan Gelman


Nota I

te nombraré veces y veces. 
me acostaré con vos noche y día. 
noches y días con vos. 
me ensuciaré cogiendo con tu sombra. 
te mostraré mi rabioso corazón. 
te pisaré loco de furia. 
te mataré los pedacitos. 
te mataré una con paco. 
otro lo mato con rodolfo. 
con haroldo te mato un pedacito más. 
te mataré con mi hijo en la mano. 
y con el hijo de mi hijo/ muertito. 
voy a venir con diana y te mataré. 
voy a venir con jote y te mataré. 
te voy a matar/derrota. 
nunca me faltará un rostro amado para matarte otra vez. 
vivo o muerto/un rostro amado. 
hasta que mueras/ 
dolida como estás/ya lo sé. 
te voy a matar/yo 
te voy a matar.


de "Notas", 1979.